María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió
los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó
del olor del perfume. – Juan 12:3.
En el primer siglo, en Jerusalén, capital del país de Israel, ciudad en
donde se hallaba el templo de Dios, se reunieron las autoridades
religiosas superiores: el sumo sacerdote, los principales sacerdotes y
los ancianos. Ahí, en el palacio del sumo sacerdote, celebraron consejo
“para prender con engaño a Jesús, y matarle” (Mateo 26:3-4). ¡Qué
vergüenza! ¡Los que debían proclamar la gloria de Jesús querían darle
muerte!
A algunos kilómetros de allí, en la aldea de Betania, se hallaban
reunidos en una casa Jesús, sus discípulos y algunos amigos. Era un
momento solemne, pues el Maestro tenía un difícil camino que recorrer y
esas personas simpatizaban con él. “Le hicieron allí una cena” (Juan
12:2). Durante la comida María, hermana de Marta y Lázaro, se acercó a
Jesús. Tenía un vaso de nardo puro, perfume cuyo precio equivalía al
salario de un año de trabajo. Ella quebró el vaso y derramó el perfume
sobre los pies de Jesús, como si estuviese ungiendo a un rey o
embalsamando un cuerpo. La fragancia llenó la casa…
Los discípulos se indignaron, diciendo: “¿Para qué se ha hecho este
desperdicio de perfume?” (Marcos 14:4). Podría haberse vendido por más
de trescientos denarios, y dar el dinero a los pobres (v. 5). No, dijo
el Señor, ella “se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura”
(Marcos 14:8). María comprendió cuáles son las prioridades, a saber:
primero, amar al Señor, adorarlo, y luego hacer el bien a los demás.
Fuente:Amen-amen.net
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