martes, 7 de agosto de 2012

Jerusalén y Betania.


María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. – Juan 12:3.
En el primer siglo, en Jerusalén, capital del país de Israel, ciudad en donde se hallaba el templo de Dios, se reunieron las autoridades religiosas superiores: el sumo sacerdote, los principales sacerdotes y los ancianos. Ahí, en el palacio del sumo sacerdote, celebraron consejo “para prender con engaño a Jesús, y matarle” (Mateo 26:3-4). ¡Qué vergüenza! ¡Los que debían proclamar la gloria de Jesús querían darle muerte!
 
A algunos kilómetros de allí, en la aldea de Betania, se hallaban reunidos en una casa Jesús, sus discípulos y algunos amigos. Era un momento solemne, pues el Maestro tenía un difícil camino que recorrer y esas personas simpatizaban con él. “Le hicieron allí una cena” (Juan 12:2). Durante la comida María, hermana de Marta y Lázaro, se acercó a Jesús. Tenía un vaso de nardo puro, perfume cuyo precio equivalía al salario de un año de trabajo. Ella quebró el vaso y derramó el perfume sobre los pies de Jesús, como si estuviese ungiendo a un rey o embalsamando un cuerpo. La fragancia llenó la casa…
 
Los discípulos se indignaron, diciendo: “¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?” (Marcos 14:4). Podría haberse vendido por más de trescientos denarios, y dar el dinero a los pobres (v. 5). No, dijo el Señor, ella “se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura” (Marcos 14:8). María comprendió cuáles son las prioridades, a saber: primero, amar al Señor, adorarlo, y luego hacer el bien a los demás.
 
Fuente:Amen-amen.net

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