E. M. Bounds
Si Dios no ocupa el primer lugar en nuestros esfuerzos y pensamientos
por la mañana, ocupará el último lugar en lo restante del día.
Mi deber es orar antes de ver a alguna persona. A menudo, cuando duermo
hasta muy tarde, o recibo visitas en las primeras horas de la mañana,
no puedo empezar mi oración antes de las once o las doce. Este es un mal
sistema. Es contrario a la Escritura. Cristo se levantaba antes de que
amaneciera e iba a un lugar solitario. David dice: “De mañana mi oración
te previno”. “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz.”
La oración familiar pierde mucho de su poder y dulzura y me siento
incapaz de hacer algún bien a los que me buscan. La conciencia se siente
culpable, el alma insatisfecha, la lámpara no está arreglada. La
oración secreta resulta fuera de tono. Creo que es mucho mejor comenzar
el día con Dios, buscar su rostro, poner mi alma cerca de Él antes que
de ningún otro.Robert Murray McCheyne.
Los hombres que han hecho para Dios una buena obra en el mundo, son los
que han estado desde temprano sobre sus rodillas. El que desperdicia lo
mejor de la mañana, su oportunidad y frescura, en otras ocupaciones que
en buscar a Dios, hará pocos progresos para acercarse a Él en el resto
del día. Si Dios no ocupa el primer lugar en nuestros esfuerzos y
pensamientos por la mañana, ocupará el último lugar en lo restante del
día.
Detrás de este levantarse temprano para orar, se encuentra el deseo
ardiente que nos impulsa a comunicarnos con Dios. El descuido demostrado
por la mañana es indicio de un corazón indiferente. El corazón que se
retrasa para buscar a Dios por la mañana ha perdido su agrado en él.
David tenía hambre y sed de Dios y por esto lo buscaba temprano, antes
del alba. El lecho y el sueño no encadenaban su alma en su afán de
buscar a Dios. Cristo ansiaba la comunión con el Padre, y por eso antes
de que amaneciera se iba al monte a orar. Los discípulos, cuando
despertaban avergonzados por su negligencia, sabían dónde encontrarlo.
Si recorremos los nombres de los que han conmovido al mundo a favor de
las causas piadosas, encontramos que buscaron a Dios muy de mañana.
Un deseo por Dios que no pueda romper las cadenas del sueño, es algo débil que hará poco que realmente valga para Dios.
No es simplemente el levantarse temprano lo que pone a los hombres al
frente y los hace generales en jefe de las huestes de Dios, sino el
deseo ardiente que agita y rompe las cadenas de la condescendencia
consigo mismo. El saltar temprano del lecho da salida y aumento y fuerza
al deseo, de otra manera éste se apaga. El deseo los despierta, y esta
tensión por Dios, este cuidado de apresurarse a la llamada hace que la
fe se afiance en Dios y que el corazón obtenga la más dulce y completa
revelación.
La fuerza de esta fe y la plenitud de esta revelación hacen santos
eminentes, cuya aureola de santidad llega hasta nosotros para que
participemos del gozo de sus conquistas. Pero sólo nos contentamos con
disfrutarlas pero no con reproducirlas. Edificamos sus tumbas y
escribimos sus epitafios, pero ponemos mucho cuidado en no seguir su
ejemplo.
Necesitamos una generación de predicadores que busquen a Dios de
mañana, que den a Dios la frescura y el rocío de su esfuerzo para que
tengan en recompensa la abundancia de su poder que les dará gozo y
fortaleza en medio del calor y el trabajo del día. Nuestra pereza en los
asuntos de Dios es el pecado de que adolecemos. Los hijos de este mundo
son más sabios que nosotros. Están en sus negocios desde que amanece
hasta que anochece. Nosotros no buscamos a Dios con ardor y diligencia.
Ningún hombre ni alguna alma se afianzan en Dios si no lo sigue con
tesón desde las primeras horas del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario