Jhon Gibson Paton evangelizó tribus de remotas islas del Pacífico Sur
conocidas como Nuevas Hébridas, al este de Australia y Nueva Zelanda. En
pleno Siglo XIX, cuando el canibalismo y el oscurantismo imperaban,
llevó la Palabra del Señor a poblaciones paganas.
En una humilde cabaña cercana al condado de Dumfriesshire, en Escocia,
creció en los albores del siglo XIX un pequeño niño de cabellos rizados
llamado John Gibson Paton, del que nadie imaginó que algún día se
convertiría en un gran misionero cristiano en las islas del Pacífico
Sur. Nacido el 24 de mayo 1824 fue el mayor de los 11 hijos de James y
Janet Paton y a lo largo de una existencia de ochenta y dos años supo
plasmar una biografía enteramente dedicada a difundir la Palabra de
Jesucristo.
Su padre, fabricante de medias, tres veces al día entraba a orar a un
cuarto especial en su casa y eso lo inspiró para tener una vida de
oración real y verdadera. Así, un buen día, cuando todavía John Gibson
asistía a la escuela con ropa muy usada y rota su papá le dijo es hora
de orar por vestimenta nueva. Entonces toda la familia se reunió en la
sala para un culto. De pronto, se escuchó que se abría la puerta de la
calle. John fue corriendo para ver quien había entrado, pero no había
nadie ahí, sólo se encontraba un paquete con su nombre y cuando lo abrió
descubrió que era ropa nueva para él.
Antes de cumplir los doce años, John Paton tuvo que dejar la escuela
para empezar a trabajar en casa, aprendiendo el oficio de su padre. Aun
cuando su lugar de trabajo era su propia casa la jornada era tan larga
como en cualquier fábrica. Al igual que su padre, permanecía sentado
frente a la máquina desde las seis de la mañana hasta las diez de la
noche. Sin embargo, en sus tiempos libres o de descanso, John Gibson
aprovechaba para leer la Biblia y durante ese tiempo creció su pasión y
amor por la Palabra de Dios.
Con el tiempo se inscribió en la Academia Dumfries para realizar
estudios de teología. Empero, su existencia no fue sencilla y debió
trabajar en la distribución de folletos, haciendo labor de misionero y
enseñando la Palabra de Dios para solventar sus gastos académicos. Fue
en esas circunstancias que recibió una invitación para ser misionero en
la Ciudad de Glasgow. De inmediato, aceptó con gozo y durante diez años
trabajó entre la gente que vivía en algunos de los peores barrios de la
urbe más grande de Escocia.
Paton fue ordenado ministro de Dios por la Iglesia Presbiteriana
Reformada el 23 de marzo de 1858. Nueve días después, el 2 de abril, en
Daimiel, Berwickshire (Escocia), se casó con Mary Ann Robson y 14 días
más tarde, el 16 de abril, acompañado por el hermano Joseph Copeland,
zarpó para el Pacífico Sur. De este modo, el siervo del Todopoderoso
empezó a cumplir los designios del Creador quien le había mostrado la
necesidad de evangelizar estas remotas islas ubicadas en la actualidad
al este de Australia y Nueva Zelanda.
LA MUERTE Y EL DOLOR
Después de una travesía larga y agotadora, John y su esposa finalmente
llegaron a Tanna, un territorio habitado en ese momento por caníbales,
el 5 de noviembre de 1858. Su primera tarea fue aprender el idioma.
Escuchando la conversación de la gente, y haciendo muchas preguntas,
Paton fue conociendo cómo se llamaban algunos objetos y a la larga
dominó el idioma y tradujo la Biblia al idioma local. Pero no todas las
cosas le fueron bien. El 12 de febrero de 1859 nació su primogénito y
tan sólo 19 días después su esposa Mary murió de fiebre tropical.
Después, quince días más tarde, su hijo también dejaría de existir y se
quedaría completamente solo.
A menudo la vida misionera de Paton peligró. Varias tribus de la región
determinaron darle muerte. Cada vez que moría algún aldeano la gente le
echaba la culpa al misionero. "Es Tu Dios", le decían. "Tenemos que
matarte", le gritaban. Dos de los problemas comunes en aquella región
eran el robo y la mentira. Los nativos se llevaban todo lo que querían,
aun cuando perteneciera a John. Cuando eran descubiertos negaban haberlo
hecho y rehusaban devolver el artículo robado. Debido a este problema
el hombre de Dios perdió gran parte del equipo que había llevado
consigo.
La existencia de John en el Pacífico Sur estuvo llena de un mar de
dificultades. Vivió bajo constantes amenazas. Incluso las personas que
parecían ser amigos suyos lo atacaban de cuando en cuando. Empero,
después de cuatro años de predicar y sufrir, regresó a Escocia por un
breve tiempo. Allí dedicó todo su tiempo a hablar a la gente sobre las
necesidades del nuevo campo misionero. Instó a los jóvenes a salir como
misioneros y solicitó contribuciones para la Obra de Dios. Cuando estuvo
listo para regresar a las islas, en enero de 1865, Paton no iba solo,
se había casado con Maggie Whitecross el 17 de junio de 1864.
El predicador, al lado de su nueva esposa, reanudó su obra misionera en
las Nuevas Hébridas en Aniwa, una pequeña isla cerca de Tanna,
enfrentándose nuevamente con enormes dificultades. En este lugar tuvo
que aprender un nuevo idioma local, pero encontró que los métodos que
había usado en Tanna también resultaron eficaces en Aniwa. Además,
algunos de los habitantes entendían el idioma de Tanna y con la ayuda de
ellos su aprendizaje fue mucho más rápido.
LLUVIA DE LA TIERRA
Paulatinamente, y con la ayuda de Dios, fue cosechando la confianza de
los habitantes y así continuó con su ministerio, hasta que varias
personas se convirtieron a Cristo en diversas partes de la isla. Sin
embargo, los indígenas más radicales nunca dejaron de obstaculizar sus
esfuerzos en los primeros años de su misión evangélica. Además, también
tuvo en contra a las fuerzas de la naturaleza. Un huracán tropical, que
sacudió Aniwa, demolió las construcciones que Paton había levantado.
Otra adversidad que vivió John fue la falta agua dulce. Para resolver
el problema empezó a cavar un pozo y aseguró a la gente que finalmente
encontraría el líquido elemento. Los nativos se rieron de él y pensaron
que había perdido la cordura. "La lluvia viene del cielo", le decían
mientras cavaba con mucho esfuerzo. Un día después de arduo trabajo,
finalmente Paton se topó con tierra mojada. Sabía que el día siguiente
encontraría agua. Así que reunió a la gente y le pidió que lo observaran
mientras sacaba agua de la tierra.
"¡Lluvia de la tierra!", exclamó la gente. "¿Cómo lo lograste?", le
inquirió más de uno. Entonces Paton les respondió que Dios le había
respondido a sus oraciones. Como una gran bendición el pozo hizo más que
cualquier mensaje cristiano para romper el yugo del paganismo en Aniwa.
Así más tarde, cuando no llovió por mucho tiempo, el pozo salvó de la
muerte al pueblo y muchos isleños se entregaron al Creador.
Después de algún tiempo de haberse estado reuniendo con los nuevos
creyentes en sus hogares, el misionero les animó para construir un
templo. Los recién convertidos se entusiasmaron con la idea y al poco
tiempo comenzaron a levantar la edificación. Sin embargo, apenas
culminada la construcción, un huracán azotó la isla y destruyó por
completo el templo. Al principio la gente se desalentó, pero el cacique
de la isla dijo: "no seamos como niñitos que lloran por sus arcos y
flechas quebradas. Más bien, construyamos otro templo mejor para Dios".
Una vez más, los habitantes unieron sus fuerzas y edificaron un templo
más grande y más hermoso que el anterior y lo dedicaron exclusivamente
para adorar al Padre Eterno. Paton celebró la cena del Señor por primera
vez en la nueva casa de adoración, en 1869. Posteriormente, luego de
lograr la conversión de gran parte de la isla, le dio a la gente de
Aniwa el primer himnario en lengua nativa.
Paton y su esposa también construyeron dos orfanatos, uno para varones y
otro para niñas. Muchos de los jóvenes que se criaron en esos orfanatos
llegaron después a ser evangelistas y maestros llevando el Evangelio a
sus propias aldeas.
En sus últimos años, el siervo de Jesucristo se estableció en Australia
desde donde ayudó a promocionar nuevas misiones a las Islas Nuevas
Hébridas. Fue allí, en el estado de Victoria, donde el 28 de enero de
1907, a la edad de ochenta y dos años, John Gibson Paton acabó su obra
terrenal y le regaló al mundo evangélico un ejemplo de servicio y
fidelidad al Señor. Una estela de fe que quedó registrada en una serie
de libros editados por su hermano James Paton y por su hijo Frank Paton
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