A fines de los años 50, un investigador alemán, Werner Keller,se
propuso verificar la autenticidad y veracidad de los relatos bíblicos a
la luz de la arqueología. Los resultados fueron publicados en un libro
que asombró al mundo y se vendió por millones. Debido a las conclusiones
científicas, aquel trabajo no pierde vigencia. Este es un resumen
notable.
En el año 1950, mientras estaba dedicado a mis trabajos acostumbrados,
cayó en mis manos el relato de la expedición del arqueólogo francés
profesor Parrot y de su paisano el profesor Schaeffer sobre las
excavaciones realizadas en Mari y Ugarit. Las tablillas con caracteres
cuneiformes halladas en Mari, en el Éufrates Medio, contenían nombres
bíblicos que han hecho que las narraciones de los patriarcas, tenidas
hasta entonces por “leyendas piadosas”, pasarán de improviso a ser
enmarcadas en una época histórica.
En Ugarit (2 Reyes 16:3; Jueces 2:13) junto al Mediterráneo, habían
salido a la luz por primera vez los testimonios del culto de Baal
profesado por los cananeos. Aquel mismo año se descubrió un rollo del
libro del profeta Isaías en una cueva del Mar Muerto, al cual se le
atribuyó una fecha anterior a la Era Cristiana. Estas noticias
verdaderamente sensacionales despertaron en mí el deseo del estudio de
la arqueología bíblica, el más reciente y menos tratado campo de la
investigación de la Antigüedad. Así, pues, me dediqué a buscar, tanto en
las obras publicadas en Alemania como en los demás países, una
exposición clara y sucinta, asequible a todos, de las investigaciones
realizadas; pero no encontré ninguna, sencillamente porque no existe.
Entonces, me dirigí directamente a las fuentes de información –auxiliado
activamente en este trabajo de carácter detectivesco por mi propia
esposa- visitando las bibliotecas de muchos países para recoger todos
los datos verdaderamente científicos contenidos en las obras
especializadas relativas a la arqueología bíblica. A medida que fui
profundizando en el tema, el asunto me resultó más emocionante.
La puerta de entrada al mundo histórico del Antiguo Testamento fue abierta por el francés Paul Emile Botta en el año 1843.
En unas excavaciones realizadas en Mesopotamia, concretamente en
Corsabad, tropezó de improviso con los bajorrelieves del rey asirio
Sargón II (Isaías 20:1) que había diezmado el reino de Israel,
llevándose a sus pobladores en largas columnas. Los relatos de las
campañas de este soberano están relacionados con la conquista de
Samaria, de la cual habla la Biblia.
Desde hace un siglo, sabios americanos, ingleses, franceses y alemanes
realizan excavaciones en el próximo Oriente, en Mesopotamia, Palestina y
Egipto. Las grandes naciones han fundado institutos y escuelas
especiales para este trabajo de exploración. En 1869 se creó el llamado
“PalestineExplorationFund”; en 1892 la Escuela Bíblica de los Dominicos
de San Esteban. Les siguieron en 1898 la “Deutsche Orient-Gesellschaft”,
en 1900 las “American Schools of Oriental Research” y en 1901 el
Instituto Alemán de Arqueología.
En Palestina, se sacaron a la luz del día sitios y ciudades
frecuentemente mencionados en la Biblia. Aparecen y están situados tal y
donde la Biblia dice. En las antiquísimas inscripciones y edificaciones
excavadas, los exploradores encuentran cada vez más personajes del
Antiguo y del Nuevo Testamento. Los bajorrelieves de aquella época
revelan las imágenes de pueblos cuya existencia se conocían solo por los
nombres. Sus rasgos fisonómicos, su indumentaria, sus armas tomaron
ahora cuerpo para la posteridad. Estatuas y figuras colosales muestran a
los hititas de ancha nariz, a los filisteos (Génesis 10:14) esbeltos y
de elevada estatura, a los elegantes príncipes cananeos con los carros
de hierro, tan temidos de Israel, a los reyes de Mari –contemporáneos de
Abraham– de sonrisa tan pacífica.
A través de los milenios, los reyes asirios no han perdido nada de su
ceño adusto: Tiglat-pileser III (2 Reyes 16:7), conocido en el Antiguo
Testamento con el nombre de Pul (2 Reyes 15:19); Senaquerib (2 Reyes
18:13), que destruyó a Laquís y puso cerco a Jerusalén; Asaradón que
hizo encadenar al rey Manasés, y Asurbanipal, “el grande y célebre
Asnapar” del libro de Esdras 4: 10.
Igual que a Nínive y Nimrod (Génesis 10:12) -la antigua Cala-, a Asur
(1 Crónicas 2:24) y a Tebas (Jeremías 46:25), que los profetas llamaban
No-Amon, los investigadores despertaron de las brumas de la Antigüedad a
la execrada Babel de la Biblia y su torre legendaria (Génesis 11). En
el delta del Nilo, los arqueólogos encontraron las ciudades de Pitón y
Ramesés (Éxodo 1:11), donde los israelitas padecieron odiosa esclavitud;
sacaron a la luz las capas de fuego y de destrucción que acompañaron a
los hijos de Israel en la conquista de Canaán, y Guibá la fortaleza de
Saúl, en cuyos muros el joven David cantó con su arpa; en Meguido dieron
con unas inmensas caballerizas del rey Salomón, quien tenía doce mil
soldados de a caballo.
Del mundo del Nuevo Testamento reaparecieron las magníficas
construcciones del rey Herodes. En el corazón de la antigua Jerusalén se
encontró el pavimento elevado mencionado por el evangelista Juan, en el
cual Jesús estuvo ante Pilato. Los asiriólogos descifraron en las
tablas estelares de Babilonia, los datos exactos de observación de la
estrella de Belén.
Estos hallazgos y descubrimientos tan asombrosos e inabarcables por su
profusión, han modificado bastante nuestra manera de concebir la Biblia.
Acontecimientos que hasta hoy día se consideraban como “leyendas
piadosas” adquieren de repente un prestigio histórico. Por lo general,
los resultados de la investigación coinciden exactamente con los relatos
bíblicos hasta en los mínimos detalles.
No solo “confirman”, sino que aclaran al propio tiempo los sucesos
históricos sobre que se basan el Antiguo Testamento y los Evangelios.
Los acontecimientos y la historia del pueblo de Israel se presentan así
enmarcados tanto en el colorido de su propia época, en un escenario vivo
y variado, como en las circunstancias y luchas políticas, culturales y
económicas de los estados y los grandes reinos del País de los Dos Ríos y
del Nilo, a cuya influencia nunca pudieron escapar por completo durante
más de dos mil años.
Está muy generalizada la idea de que la Biblia es exclusivamente
Historia Sagrada, una base de la fe para los cristianos de todo el
mundo. Pero al propio tiempo es también un libro de hechos que tuvieron
auténtica realidad. En este aspecto es, ciertamente, incompleta, pues el
pueblo judío escribió su historia solo en relación con Jehová, es
decir, la historia de sus pecados y su expiación. Pero estos
acontecimientos son históricamente verdaderos y se han comprobado con
exactitud verdaderamente asombrosa.
Con la ayuda de las investigaciones realizadas, muchos de los pasajes
bíblicos pueden comprenderse e interpretarse mejor de lo que lo han sido
hasta ahora. Cierto que hay tendencias teológicas para las cuales solo
cuenta la palabra. Pero, “¿cómo comprenderla?” –pregunta el célebre
arqueólogo francés profesor André Parrot– si no se la encuadra en su
exacto marco cronológico, histórico y geográfico”.
Hasta ahora el conocimiento de estos raros descubrimientos sólo estaba
al alcance de un pequeño círculo de expertos. Hace medio siglo se
preguntaba el profesor Federico Delitzsch, de Berlín: “¿Por qué tantos
afanes en esas lejanas, inhóspitas y peligrosas tierras? ¿Para qué ese
costoso trasiego de detritus milenario, escarbando hasta el fondo de
agua subterránea, en lugares donde no se encontrará ni oro ni plata?
¿Por qué esta lucha entre las naciones para asegurarse esas áridas
colinas donde realizar sus propias excavaciones?”
El erudito alemán Gustavo Dalmandióle en Jerusalén la contestación
adecuada al expresar la esperanza de que un día todo cuanto en las
excavaciones se hubiese “visto y comprobado, tanto para los trabajos
científicos como para la práctica”, pudieran la Escuela y la Iglesia
valorizarlo y convertirlo en material provechoso.
Y precisamente esto último es lo que no se ha realizado todavía.
No hay libro alguno en la Historia de la Humanidad que haya ejercido
influencia tan grande y decisiva en el desarrollo de todo el mundo
occidental y que haya alcanzado tanta difusión como el “Libro de los
Libros”…la Biblia. Traducida a 3,500 idiomas y dialectos, hoy, al cabo
de dos milenios, no parece dar señales de haber terminado su brillante
carrera.
Dada la acumulación y la preparacióndel material recogido, el cual no
pretendo decir que sea completo, me vino la idea de que era llegada la
hora de hacer partícipes a los lectores de la Biblia y a sus
detractores, a los creyentes ya los incrédulos, de los apasionantes
descubrimientos realizados por las diferentes disciplinas científicas. Y
ante la abundancia enorme de resultados auténticos y seguros se me hace
cada vez más patente, a pesar de la crítica impregnada de duda de que
se ha hecho blanco a la Biblia desde la época de la Ilustración hasta
nuestros días, esta idea: ¡La Biblia tenía razón!
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