sábado, 9 de junio de 2012

El predicador de los pieles rojas


David Brainerd vivió apenas 27 años. Sin embargo, su fe en Dios lo llevó a convertirse en una figura eterna del cristianismo. Se empeñó en evangelizar a los indios de Norteamérica en los inicios del siglo XVIII

entró en la Universidad de Yale. Empero, víctima de una extraña enfermedad para la época que lo hacía escupir sangre -hoy conocida como tuberculosis-, fue enviado de vuelta a casa al poco tiempo. A su retorno, producido en noviembre de 1740, fue testigo de excepción de un gran avivamiento espiritual al interior de la tercera institución de enseñanza superior más antigua en los Estados Unidos de América. Enseguida, e inspirado por hombres de fe como Jonathan Edwards y George Whitefield, su convicción en los Evangelios se consolidó. Pero debido a su férrea defensa doctrinal fue expulsado por las autoridades de Yale en febrero de 1742.

Luego de su abrupta salida de la universidad, David no sabía qué hacer con su existencia. Sin embargo, su angustia terminó cuando fue autorizado para predicar la Palabra de Dios por un grupo de evangélicos conocidos como las "Nuevas Luces". Como resultado, se ganó la atención de Jonathan Dickinson, el líder protestante de la colonia de New Jersey, quien intentó sin éxito restablecer a Brainerd en Yale. En su lugar, se le sugirió que se dedicara a la obra misionera entre los indígenas americanos y recibió el respaldo de la sociedad escocesa para la propagación del conocimiento cristiano. Entonces fue promovido para esta labor de fe el 25 de noviembre de 1742 y cuatro meses más tarde, el 25 de marzo de 1743, emprendió la obra de su vida.

Brainerd fue asignado al pueblo de Stockbridge, ubicado en la colonia de Massachusetts, y llegó allí el 31 de marzo 1743, y al día siguiente comenzó su ministerio evangélico. Para ello se trasladó a 32 kilómetros al oeste del río Hudson, a un lugar llamado Kaunaumeek, donde permaneció durante un año. En ese espacio, comenzó una escuela para niños pieles rojas y empezó a escribir una traducción del libro de los Salmos. Solía viajar a pie dos kilómetros y medio en cada sentido, todos los días, con el fin de visitar las comunidades nativas. También fue en ese lugar que aprendió a orar con los indos en su propia lengua y donde se acostumbró a dormir en el suelo cobijado apenas por una choza de maderas.

PERSISTENTE MISIÓN

Posteriormente, fue reasignado a trabajar entre los indios de Delaware a lo largo del río Delaware al norte de Bethlehem, en la colonia Pennsylvania, donde permaneció por un año más. En esa etapa fue ordenado como ministro de Jesucristo el 11 de junio de 1744. Después de esto, se trasladó a un lugar llamado Crossweeksung, en New Jersey, donde su labor alcanzó su punto de mayor éxito: al cabo de un año, y gracias a su tenaz trabajo evangelizador, su iglesia para pieles rojas logró contar con una feligresía de ciento treinta miembros autóctonos. Una comunidad de fieles que en 1746 fue traslada a Cranbury. En estos años, se negó a abandonar su misión cristianizadora y, a pesar de contar con múltiples ofertas para ser pastor en diversas iglesias, se quedó junto a los pieles rojas.

A veces andaba de noche perdido en el monte, bajo la lluvia y atravesando montañas y pantanos. De cuerpo endeble, se cansaba en sus viajes. Tenía que soportar el calor del verano y el intenso frío del invierno. Pasaba días seguidos sufriendo hambre. Incluso sus biógrafos sostienen que llegó a viajar veinticuatro mil kilómetros a caballo. También detallan que oraba siempre. Y fue una costumbre lo que caracterizó. Antes y después de predicar oraba. Cabalgando entre las soledades interminables de los bosques oraba. Sobre su lecho de paja o alejado de los espesos y abandonados territorios norteamericanos oraba. Hora tras hora, día tras día, en la mañana temprano y a las altas horas de la noche oraba y ayunaba, derramando su alma en intercesión y comunión con Dios.

En mayo de 1748, después de cinco años de viajes arduos por parajes solitarios, de innumerables aflicciones y de sufrir dolores incesantes en el cuerpo, David Brainerd, enfermo y con las fuerzas físicas casi enteramente agotadas, consiguió llegar a la casa de Jonathan Edwards en la localidad de Northampton en Massachusetts. El peregrino ya había completado su carrera terrenal y esperaba solamente el carro de Dios que lo transportaría a la gloria. Precisamente fue en ese lugar donde el 9 de octubre de ese año se fue al encuentro con el Padre Celestial. David, en sus últimos días, fue cuidado por Jerusha Edwards, hija de Jonathan, y hoy descansa junto a ella en el cementerio local. Su nombre es sinónimo de la evangelización de los indios americanos.

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