lunes, 17 de septiembre de 2012

Protegidos por Dios


El versículo 4 del Salmo 91 añade: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro”. Las alas nos hablan de cobertura, de abrigo, de calor y de protección. ¿Habrá una cubierta en la tierra mejor que las alas del Señor? ¿Habrá otro lugar de refugio más seguro en este mundo? ¿Habrá otro abrigo donde nos sentiremos más importantes? Esta imagen bíblica resurge en el lamento sobre Jerusalén de nuestro Señor Jesucristo, que se entristeció al ver que los habitantes de la ciudad no se refugiaban bajo las alas de Dios: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37). La protección divina está supeditada a que la deseemos, y sobre todo, a que permanezcamos debajo de ella.
Cuando algún animal quiere arrebatar a los polluelos, primero tiene que enfrentarse con la gallina que los protege, y sólo sobre su cadáver podrá tocarlos. Y asimismo, cuando nos mantenemos bajo las alas del Señor, el diablo tendrá que pasar por encima de Dios para poder alcanzarnos. ¿Dónde está, pues, aquel que podrá pasar por encima del Omnipotente? Ni en el cielo, ni en los aires, ni en la tierra, ni en el infierno hay alguien que sea capaz de arrebatarnos de las manos de Dios.
 
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie los arrebatará de mi mano. Mi padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:27-30).
 
Su mano y su protección no se han cortado para con nosotros, y que nos concienciemos acerca de lo inconmensurable de su poder. Buscar la cobertura del Altísimo que es la cobertura más grande que podamos hallar en este mundo, no nos salgamos, pues, de ella jamás.

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