El versículo 4 del Salmo 91 añade: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo
de sus alas estarás seguro”. Las alas nos hablan de cobertura, de
abrigo, de calor y de protección. ¿Habrá una cubierta en la tierra mejor
que las alas del Señor? ¿Habrá otro lugar de refugio más seguro en este
mundo? ¿Habrá otro abrigo donde nos sentiremos más importantes? Esta
imagen bíblica resurge en el lamento sobre Jerusalén de nuestro Señor
Jesucristo, que se entristeció al ver que los habitantes de la ciudad no
se refugiaban bajo las alas de Dios: “¡Cuántas veces quise juntar a tus
hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no
quisiste!” (Mateo 23:37). La protección divina está supeditada a que la
deseemos, y sobre todo, a que permanezcamos debajo de ella.
Cuando algún animal quiere arrebatar a los polluelos, primero tiene que
enfrentarse con la gallina que los protege, y sólo sobre su cadáver
podrá tocarlos. Y asimismo, cuando nos mantenemos bajo las alas del
Señor, el diablo tendrá que pasar por encima de Dios para poder
alcanzarnos. ¿Dónde está, pues, aquel que podrá pasar por encima del
Omnipotente? Ni en el cielo, ni en los aires, ni en la tierra, ni en el
infierno hay alguien que sea capaz de arrebatarnos de las manos de Dios.
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie los arrebatará de mi mano.
Mi padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar
de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:27-30).
Su mano y su protección no se han cortado para con nosotros, y que nos
concienciemos acerca de lo inconmensurable de su poder. Buscar la
cobertura del Altísimo que es la cobertura más grande que podamos hallar
en este mundo, no nos salgamos, pues, de ella jamás.
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