Seguramente recuerdas, al igual que yo, a este curioso personaje, que
podíamos verlo en la serie de Batman, se trataba de un villano malvado,
que tenía un insólito problema que le impedía vivir a las temperaturas
normales del ambiente, por lo cual necesitaba mantenerse en un clima muy
frío contando para esto, con un traje especial que le permitía superar
esta anomalía. Su arma de ataque era congelar, lograr que otros se
sientan tan fríos e infelices como él.
Pensando en esto y aunque se trata de una serie televisiva, vemos que
las armas que atacan actualmente a un creyente no son muy diferentes.
Cuantas veces vemos personas entusiastas, en todas las áreas de la
vida, tienen proyectos, sueñan, pero al tiempo algo los desanimó y los
vemos postergando sus sueños y sin esperanza.
Una pareja de jóvenes comienza una relación de noviazgo, se los ve muy
bien, muy enamorados, pero tal vez al poco tiempo ya no se sienten como
al principio, lo que antes veían como una característica simpática en el
otro, ahora les molesta y se vuelve insoportable. Lo explican diciendo,
se enfrió el amor.
También nos encontramos con otros, muy activos en la iglesia, que se
anotan en cuanto proyecto existe, los vemos entusiastas, queriendo hacer
cosas nuevas, bien involucrados, sin embargo un tiempo después los
vemos desanimados, dudando y sin ganas de seguir.
¿Qué pasó, por que cambiaron tanto? Los atacó el capitán frío, pero no
el de Batman. Una de los dificultades mas frecuentes con la que tenemos
que batallar, es las de evitar el enfriamiento espiritual. Nos enfriamos
cuando:
- Perdemos la fe, por los golpes y circunstancias de la vida.
- Queremos seguir a Dios, pero al mismo tiempo nos permitimos hacer cosas que nos gustan, aún sabiendo que no le agradan a Dios.
- Comenzamos a ver defectos en las autoridades y miembros de las iglesias, considerando que si nos escucharan a nosotros las cosas saldrían mejor.
- Criticamos, murmuramos, hablamos de todos y muchas veces sin la menor piedad.
- La oración dejó de ser una prioridad y la remplazamos por otras cosas o actividades, que nos distraen quitando nuestro tiempo con Dios.
- Nos permitimos situaciones de pecado, que antes nos parecían inaceptables.
- Escuchamos a todos los que ya se han enfriado y al cabo de un tiempo nos terminando contagiando.
- Queremos seguir a Dios, pero al mismo tiempo nos permitimos hacer cosas que nos gustan, aún sabiendo que no le agradan a Dios.
- Comenzamos a ver defectos en las autoridades y miembros de las iglesias, considerando que si nos escucharan a nosotros las cosas saldrían mejor.
- Criticamos, murmuramos, hablamos de todos y muchas veces sin la menor piedad.
- La oración dejó de ser una prioridad y la remplazamos por otras cosas o actividades, que nos distraen quitando nuestro tiempo con Dios.
- Nos permitimos situaciones de pecado, que antes nos parecían inaceptables.
- Escuchamos a todos los que ya se han enfriado y al cabo de un tiempo nos terminando contagiando.
Entonces decimos: ya no siento lo mismo que antes, no sé qué me pasa,
buscamos la culpa en otros, ponemos excusas, pensamos en cambiar de
iglesia, aunque íntimamente sabemos que nosotros mismos permitimos que
el frío llegue a nuestra vida.
Tal vez te sientes identificado con alguna de estas situaciones, si es
así, y consideras que te has enfriado, la solución está al alcance de tu
mano. Así como el hielo no soporta el calor, ya que comienza a
derretirse, de igual forma, todo enfriamiento espiritual, deberá ceder
cuando recuperes el fuego de tu relación con Dios. ¿Pregúntate cuando
comenzaste a enfriarte? ¿Qué hacías cuando estabas lleno de fe y
entusiasmo? ¿qué actividades tenías, ¿cuáles eran tus amigos? De tal
manera encontrarás los pasos que necesitas dar para recuperar el fuego y
la pasión que te lleven a vivir la vida abundante que Dios tiene
preparada para tí.
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