Así dice el Señor:… Yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. – Isaías 43:1.
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. – 1 Juan 3:1.
¡Qué gozo sienten los jóvenes padres cuando ven que su bebé reacciona
al ser llamado por su nombre! Ese nombre que repitieron tan a menudo, al
que asociaron tantas miradas, gestos y palabras cariñosas, ¡al fin es
comprendido! Luego el bebé aprende a pronunciar su nombre y toma
conciencia de su relación con los que lo cuidan. Todo lo que el bebé
capta y aprende de sus padres está basado en la confianza que tiene en
ellos desde el principio de su vida. Pero el amor de los padres por su
hijo va mucho más allá de lo que el pequeño puede captar.
Cuando somos adultos seguimos respondiendo al ser llamados por nuestro
nombre. Si alguien nos llama por nuestro nombre es porque nos conoce y
quiere establecer contacto con nosotros. Cuanto más estimemos a la
persona que nos llama, tanto más conmovidos y honrados nos sentimos por
su llamado. ¡Cuán preciosa es, pues, la certeza de saber que el gran
Dios de los cielos me conoce por mi nombre y me invita a escucharle
cuando me habla!
La Biblia nos habla de un niño que fue llamado directamente por Dios,
como un padre llama a su hijo: “¡Samuel, Samuel!”. ¿Y cuál fue su
respuesta? “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10).
¿Estamos en esa disposición de escucha ante el Dios que nos conoce, que
nos ama y que nos hizo sus hijos? ¡El creyente, quien pasó a ser hijo
del Padre celestial lleno de amor, puede alegrarse de esta relación!
Fuente:Amen-amen.net
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