lunes, 16 de julio de 2012

La fe de la mujer cananea


Rev. Luis M. Ortiz

El Señor le dice: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel."

"Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. El respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora." Mateo 15:21-28.

En estas dos ciudades costeras del mar Mediterráneo, vivían gentiles. Eran dos puertos muy importantes, Tiro y Sidón, y por cierto ciudades paganas. Y como el Señor nunca ha hecho acepción de personas, pues, fue a esta región de gentiles a predicar el Evangelio.

Y de la región de Tiro y Sidón tierra de los filisteos, había salido una mujer, que era cananea (de Canaán), y al ver a Jesús de quien había escuchado hablar maravillas, empezó a seguirlo y a clamar. No dice clamó una sola vez, sino que clamaba continuamente diciendo: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio." Esta mujer reconoció que aquel Rabí, que aquel Predicador, que aquel Maestro, ella le podía llamar Señor. Aunque ella no era hebrea, pudo entender que Jesús era Señor. Así como los hebreos no llaman Señor a ningún hombre sino solo y exclusivamente a Dios; esta mujer cananea pudo entender que Jesús era y es el Hijo de Dios, y le llamó Señor.

Y ella iba siguiendo al Señor con la multitud que le acompañaba, e iba clamando diciendo: "Señor, Hijo de David". Y ahí también ubicó a Jesús en el linaje de David y le llamó Señor; lo estaba reconociendo como el Mesías prometido, el Hijo de David. Y aquella mujer le decía: "ten misericordia de mí". No vino con altanerías, ni creyéndose que todo lo merecía, ella acudió a la misericordia del Señor.

Escudriñando los cuatro Evangelios encontramos que todos los que buscaron la ayuda de Jesús, ya sea por un milagro, o por la sanidad de su cuerpo, o por lo que fuera, cuando se dirigían a Jesús, y le llamaban Señor, y apelaba a su compasión, y a su misericordia, y a su amor, diciendo: "¡Señor ten compasión de mí!, ¡Señor ten misericordia de mí!"; todo el que venía a Jesús así, no regresaba a su hogar con las manos vacías, llevaba consigo lo que le había pedido al Señor.

Ciertamente a Él no podemos venir llenos de orgullo, de vanidad, de altanería, pensando y creyendo que somos la gran cosa. Es entonces que Él respondiendo a la confianza nuestra, a la fe nuestra, cuando nos dirigimos a Él como un Dios misericordioso, que si algo va hacer por nosotros no es porque nosotros lo merezcamos es porque Él es compasivo, Él es misericordioso, Él es bueno. Y así vino esta mujer gentil. Y ella no pidió una sola vez, no clamó una sola vez, ella persistió, según el Señor caminaba ella iba clamando, y tuvo que vencer circunstancias muy difíciles.

En ese tiempo era indecoroso que una mujer estuviera en medio de una multitud de hombres, no se acostumbraba, estaba fuera de lo aceptable. Pero ella tenía un problema y había oído hablar de Jesús, y sabía que el único que podía resolver su problema era Jesús. Y se olvidó de esas condiciones de la sociedad de ese tiempo, se olvidó de todo ello. Ella tenía una necesidad, y estaba persuadida que la única persona que podía ayudarle era Jesús, el Hijo de David.

Y seguía clamando, y clamaba, y clamaba, y decía: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!" Y añadió: "Mi hija es gravemente atormentada por un demonio." La hija estaba poseída por un demonio, y esa es una condición muy triste que un demonio, o demonios, o una legión de demonios posea una persona; la persona misma enloquece, pierde su propia personalidad, nada le es desnudarse en público, nada le es maldecir a su propia madre, está totalmente ajeno a las circunstancias, está controlado y dominado por los demonios.

Muchos que saben que el licor les arruina económicamente, llegan hasta decir: ¡No vuelvo a tomar licor! Pero cuando llega el sábado, cobran su sueldo, y se olvidan de todo lo que dijeron, de todo lo que prometieron, ¿por qué? Porque son esclavos de Satanás, y Satanás los induce a ir al pecado y a malgastar su dinero. Como es un esclavo de Satanás y los demonios lo controlan, vuelve a lo mismo, y así sigue su triste vida; hasta que un día clama al Señor, y le pide ayuda. Entonces el Cristo misericordioso, el Cristo compasivo, el Cristo bueno, ordena a los demonios que salgan de su vida, y ese hombre queda libre, porque ha aceptado a Cristo como su Salvador. Y sirve al Señor, y no hay vicio que los controle, no hay maldad que pueda vencerlos, ¡Cristo nos da la victoria!

Y esta mujer venía detrás del Señor clamando: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Dice que "Jesús no le respondió palabra". Jesús guardó silencio. Otra persona hubiese pensado: "Vengo clamando detrás de Él, he reconocido que Él es Dios, le he llamado Señor, y clamo y clamo, y vengo clamando. Y nada, no me responde, me ignora, pues no era como me decían, pues yo me voy."

Pero ella no se fue. El Señor guardó silencio, no dijo nada. Pero ella no se fue, ella no se disgustó, ella no hizo un prejuicio de Cristo, ella seguía clamando. Jesús guardaba silencio, pero ella seguía clamando. A veces nosotros no recibimos una respuesta rápida de parte del Señor y dejamos hasta de orar, y dejamos de clamar, pero aquella mujer no, ella seguía clamando. Que Dios nos ayude a seguir clamando, a no darnos por vencidos, el silencio del Señor lo que logra es incentivarnos para que sigamos clamando, porque así nuestra fe se va fortaleciendo.

"Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros." Pero ella sabía que tenía una necesidad, y estaba segura que la única persona que podía ayudarle era Jesús, el Hijo de David. Y para ella lo demás no le estorbaba; aunque la criticaban ella seguía clamando.

Jesús guardaba silencio, pero ella seguía clamando. Y parecería como que el Señor no quería saber nada de ella, pero no era eso, era que el Señor conoce las cosas de antemano. El Señor sabía de antemano la clase de fe que esta mujer tenía, que era capaz de vencer las pruebas más difíciles con tal de conseguir lo que ella necesitaba de las manos de Jesús.

El Señor le dice: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel." Ahora otra prueba más, ella no era de la casa de Israel, ella era cananea, era gentil, y con esto el Señor estaba diciendo que para ella no había nada, pero ella no se retiro. Si yo les preguntara ¿cuántos nos hubiésemos ido? seamos honestos, que si clamamos al Señor y Él nos ignora, y seguimos clamando al Señor y luego oímos decir al Señor que Él había venido para las ovejas perdidas de la casa de Israel, y no para nosotros, si eso sucediera con nosotros, muchos se hubieran levantado, y se hubieran ido enojados. Pero esta mujer ni se fue ni se enojó.

Y mire la reacción de ella, leemos: "Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme!" Cuando dice: "ella vino", quiere decir que si estaba a unos diez metros o cinco metros de distancia de donde estaba Jesús ella se acercó más al Señor. Y cuando hay una verdadera fe, en medio de las dificultades y de los problemas, esa fe firme en Dios y en su Palabra nos acerca más al Señor. Entonces ella vino y le adoró. Una fe tremenda, una fe que no claudica, una fe que no se da por vencida, una fe que conquista, una fe que logra lo que necesita. Y cuando ella vino se acercó más a Jesús y le adoró, y le pidió ayuda.

Escuchemos las palabras del Señor: "No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos." Aquí el Señor no está maltratando a esta cananea, sino que el Señor sabía, conocía la fe de esta mujer, y que esta mujer no habría de retroceder, y el Señor condujo el incidente de este modo para dejar asentado en la Biblia (en el Nuevo Testamento); para beneficio nuestro lo que es una fe que no claudica, que no cede, que triunfa, que vence, que prosigue. El Señor enseñándonos que cuando tenemos una fe real y verdadera en Él y en su Palabra no cederemos, antes persistiremos, y lograremos lo que le estamos pidiendo al Señor.

"No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos." Y no era que el Señor quería tratar a esta mujer de perrilla, el Señor no es esa clase de persona, el Señor es respetuoso, Él respeta la voluntad de todos. Él estaba probando la fe de aquella mujer, no porque Él ignorada la fe de esa mujer, era para dejar asentado en las páginas del Nuevo Testamento uno los ejemplos más grandiosos que hay de lo que es una fe que vence.

 Pero esta mujer no cedía, no se rendía, no se fue enojada murmurando: "Me ha tratado de perra, no me imaginaba que Él podría hacer una cosa igual, me voy." No se fue, no se ofendió, no murmuró. Habló con Jesús. Eso es lo que tenemos que hacer, hablar con Jesús.

Cuando el Señor mencionó los perrillos "ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos." Que maravilla, que precioso que ella no se ofendió, pero le dijo al Señor: "Si, Señor, esta bien; pero no olvides que los perrillos también comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Está bien, yo ocupo el lugar de una perrilla, pero a mi me tocan las migajas." Y la migaja que ella quería, la migaja que ella buscaba, era que Jesús sanara a su hija que estaba llena de demonios.

"Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora." El Señor se maravilló de la fe de esta mujer. "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres." Una fe claudicante en Dios es un insulto al Señor, porque estamos demostrando que no tenemos fe en el Señor. Y Dios responde a la fe, ella no podía irse con las manos vacías. "Y su hija fue sanada desde aquella hora."

Y en casos así es que nuestra fe va aumentando y va logrando de parte del Señor cosas mayores, y con esto agradamos al Señor. Y no nos olvidemos que al Cielo no entra nadie que no haya sido probado y en la dificultad pueda vencer la prueba. Si la prueba te vence no eres apto para el reino de los cielos, porque ahí solamente entrarán los vencedores.

Un ejemplo grandioso de lo que es una fe firme, que no claudica, que no cede, que no transige, que de ningún modo se detiene sino que sigue persistiendo y persistiendo, y el Señor poniendo pruebas para ver hasta donde llega esa persona, porque el propósito de Dios es que nosotros venzamos. Y es una realidad que cada vez que vencemos una prueba, la próxima será más fuerte, y así nos iremos adiestrando, y así nos vamos ejercitando para vencer siempre. La Palabra de Dios en el libro de Apocalipsis 3:21 nos dice: "Al que venciere, le daré que siente conmigo en mi trono". ¡Gloria a Dios!

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