lunes, 19 de marzo de 2012

Un genuino avivamiento

Un genuino avivamiento

Rev. Luis M. Ortiz
 
Para lograr un genuino avivamiento Dios nos pide que hagamos cuatro cosas: que nos humillemos, que oremos, que busquemos su rostro, y que dejemos todo mal camino.
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” 2 crónicas 7:14.
 
Mucho se habla de avivamiento, pero por la manera como se habla y se actúa para lograrlo y manifestarlo, muy pronto uno advierte que no es el avivamiento bíblico, el verdadero Pentecostés que viene de arriba hacia abajo, sino que es un avivamiento elaborado por el hombre, un avivamiento de abajo hacia arriba, sin pagar el precio que Dios exige y que, por lo mismo, muy pronto se desvanece como las burbujas de jabón.
 
Tristemente, hay que decir que, uno se da cuenta muy pronto que es un avivamiento con emblemas paganos como la cruz quebrada y con indumentaria chabacana y ridícula; un avivamiento mezclado con mariolatría, con rezos, idolatría y santería; un avivamiento de salsa musical y de festivales musicales; un avivamiento de música agolpada de ritmos y conjuntos musicales de la nueva ola; un avivamiento de fiestas, giras, pasadillas, comidas y banquetes; un avivamiento de dramas, melodramas, comedias y tómbolas; un avivamiento de paradas, de sentadas, de corridas, de acostadas, menos de arrodilladas; un avivamiento de métodos y recursos mundanos, con ropajes de cristianos; un avivamiento de demostraciones de fuerza numérica y de fuegos artificiales; un avivamiento de grandezas humanas e influencia política; un avivamiento comercializado.
 
Un avivamiento de fuego extraño, manifestaciones raras, y enseñanzas y prácticas heréticas; un avivamiento con protagonistas livianos, indignos, envueltos en fornicación, adulterio, divorcio y recasamiento; un avivamiento de neófitos y aventureros que ridiculizan y profanan la obra del Espíritu Santo; un avivamiento de llamamientos a granel, enviando hasta narcómanos para la obra misionera en el exterior; un avivamiento de reparto y distribución caprichosa de dones y de ministerios; un avivamiento con falsos mensajes en profecía que al no cumplirse traen confusión y descrédito para el Evangelio; un avivamiento de vanos sueños, visiones, revelaciones, alucinaciones y hasta apariciones de un Cristo que tergiversa la Sagrada Escritura y que muestra debilidades y flaquezas humanas. Todo esto y mucho más se pueden ver con la etiqueta de avivamiento y de Pentecostés primitivo.
 
Y lo más triste es que hay mucho pueblo que por falta de conocimiento de la Palabra de Dios y de la verdadera obra del Espíritu Santo sigue tras estas veleidades, embelesos y simulaciones. Claro, en medio de esta barahúnda de cosas, y a pesar de personas y cosas, Dios salva, sana y obra milagros. Si se predica que Dios salva y el que oye cree la Palabra de Dios, Dios honra su Palabra y salva al que cree aunque el que predique no sea salvo. En cierta ocasión Dios usó a una asna para predicarle a un profeta desobediente (Números 22). Sobre esto Jesús dice: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23).
 
A ningún hermano temeroso de Dios, con conceptos elevados de la obra de Dios, que conoce la Palabra de Dios, la voluntad de Dios y la obra del Espíritu Santo, le interesa para nada esa salsa de avivamiento de nuevo cuño; porque sabe que para el verdadero avivamiento, para el avivamiento bíblico que viene del cielo, hay que pagar un precio muy elevado que Dios exige, helo aquí: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
 
Como se ha visto, hay mucha gente haciendo muchas cosas para un avivamiento. Pero aquí Dios nos pide que hagamos cuatro cosas: que nos humillemos, que oremos, que busquemos su rostro, que dejemos todo mal camino.
 
1. “SI SE HUMILLARE MI PUEBLO”
 
Lo primero que Dios menciona es HUMILLARSE. No que lo humillen a uno, sino que uno mismo se humille, esto parece ser lo más difícil, por eso está como primer requisito para un avivamiento. Cumplido este requisito los demás resultan más fáciles, si no se cumple con este requisito de humillación, todo lo demás resulta inútil.
 
A veces oramos: Señor humíllame. Pero Dios no lo hará por nosotros. Dios dice que nosotros tenemos que hacerlo por nosotros mismos, porque Dios u otro podrían humillarnos, pero por dentro nosotros seguiremos sin humillación.
 
A Pedrito la maestra tenía que mandarlo a sentar continuamente porque le gustaba caminar por el salón de clases. Un día la maestra lo tomó por los hombros, y lo removió y lo sentó en su asiento. Al rato la maestra le preguntó al niño: ¿Cómo te sientes Pedrito? A lo que respondió Pedrito: Por fuera sentado, pero por dentro parado. A Pedrito lo humillaron, pero Pedrito no se humilló.
 
La humildad o humillarse a sí mismo es un acto que procede de nuestro interior y es voluntario. Si uno no escoge humillase a sí mismo pueden humillarlo hasta el polvo, pero todavía queda tan orgulloso como un pavo real. Este es el primer requisito, la primera condición que Dios exige: humillación. Someternos a Dios, a su Palabra, a su autoridad. La misma Palabra de Dios a la cual tenemos que someternos, dice: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos...” (Hebreos 13:17). También dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21).
 
Humillarse o ser humilde es una virtud que resulta del reconocimiento de nuestra necesidad, de nuestra insuficiencia. Para esto tendremos la ayuda y el socorro del Señor, pues Dios “da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Dice la Biblia: “Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios” (Proverbios 16:19).
 
Todas las virtudes de Cristo son maravillosas, pero la que más me conmueve es su humildad. “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:6-9).
 
Sí amados, “porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos” (Salmo 138:6). El humillarse es pues el primer requisito divino para un verdadero avivamiento.
 
2. “Y ORAREN”
 
El segundo requisito es ORAR, pero no es cualquier oración, es la oración después de la humillación. La humillación abre la puerta a la verdadera oración, orar sin humillación acarrea mayor condenación. El Fariseo del pasaje bíblico oraba sin humillarse y no fue justificado (Lucas 18:10-14).
 
De Cristo la Biblia dice que “en los días de su carne (que son los días de su humillación), ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas” (Hebreos 5:7), y dice también que Cristo “estando en agonía (en el Getsemaní), oraba más intensamente” (Lucas 22:44). Cristo oraba con agonía e intensamente, y fue esta clase de oración que hizo posible el calvario, es esta la clase de oración que hará posible un genuino avivamiento.
 
La oración con agonía y humillación es el arma más poderosa que tiene la Iglesia. Hoy día hay muchas iglesias, hay mucha organización, mucha planificación, mucha legislación, mucha elección, mucha preparación, mucha promoción, mucha diversión, y hasta mucha indigestión, pero muy muy poca oración con humillación.
 
Pidamos a Dios que levante hombres y mujeres, predicadores y laicos que oren con agonía y en humillación. Cuando sepamos cómo humillarnos, cómo agonizar en la oración, habrá un verdadero avivamiento.
 
3. “Y BUSCAREN MI ROSTRO”
 
El tercer requisito que Dios exige es BUSCAR SU ROSTRO. Buscar el rostro de Dios va mucho más allá que orar. Buscar el rostro de Dios es tener y mantener perfecta comunión con Dios, es entrar en el lugar santísimo, es esperar en Dios, permanecer en su presencia, contemplar su hermosura, saturarnos de su gloria y entonces, “nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
 
El buscar y encontrar el rostro de Dios no se logra a la carrera, requiere tiempo, dedicación y diligencia. Es el tercer requisito para un verdadero avivamiento. “Bueno es Jehová a los que en Él esperan, al alma que le busca” (Lamentaciones 3:25).
 
4. “Y SE CONVIRTIEREN DE SUS MALOS CAMINOS”
 
El cuarto requisito para un genuino avivamiento es que ABANDONEN SUS MALOS CAMINOS. ¿Malos caminos? Siempre pensamos en los malos caminos de los de afuera: del alcohólico, del narcómano, del adultero, del asesino, del ladrón. Pero aquí habla de los malos caminos del pueblo de Dios. Los obstáculos para un verdadero avivamiento no están fuera de la Iglesia, nunca han estado fuera de la Iglesia, están adentro. No tenemos tiempo ni espacio para mencionar todos los malos caminos que pueden existir en el pueblo de Dios. Pero cuando nos humillamos en la presencia de Dios, cuando oramos con agonía, cuando buscamos y encontramos el rostro de Dios entonces nos es fácil ver y abandonar los malos caminos. Cuando una persona se justifica y dice que no tiene ningún mal camino, ninguna falta, está diciendo cuán lejos está de Dios. Mientras más nos allegamos a la santidad de Dios y a su divino rostro mejor nos damos cuenta de nuestra bajeza y de nuestra indignidad.
 
Amados, y después que nosotros damos esos cuatro casos que: nos humillamos, oramos, buscamos el rostro de Dios, y abandonamos todo mal camino; entonces y, solamente entonces, Dios oirá desde los cielos, pues, “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Dios no oye toda oración, Dios no oye pecadores, muchas oraciones no pasan del techo del templo o de la casa.
 
Entonces, y solamente entonces, Dios perdonará el pecado, el pecado de la Iglesia, el pecado oculto que sale a la luz, que es confesado y abandonado. Entonces, y solamente entonces, Dios sanará nuestra tierra. Esto de que Dios sanará nuestra tierra está incluida aquí la Iglesia y toda la nación en todas sus esferas, habrá un verdadero avivamiento, un derramamiento del Espíritu Santo que afectará en forma bienhechora a toda la nación, a todas las instituciones desde la más alta magistratura de la nación, hasta el más modesto ciudadano, desde el más elevado centro académico hasta el analfabeta.
 
Con un mundo que está agonizando, azotado por la crisis moral más horrenda de su historia, con el hogar y la familia desquebrajada, con la alarmante ola de asaltos, robos, incendios, crímenes, con la inmoralidad, el sexualismo rampante. Por eso, es imperativo que el pueblo de Dios se humille, ore, busque el rostro de Dios, abandone sus malos caminos para que Dios sane la tierra de tanta villanía. La responsabilidad es del pueblo de Dios, dijo Cristo: “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo…” (Mateo 5:13-14).
 
El remedio seguro para un mundo en crisis y una civilización decadente está precisamente en las manos de la Iglesia de Cristo. El camino único, para un verdadero avivamiento sin veleidades, sin embelesos, sin simulaciones e imitaciones, está señalado. “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
 
Invito a todos a los lectores en el nombre del Señor, sean convertidos o inconversos, a humillarnos, a arrodillarnos ahora en la presencia de Dios, a quebrantar nuestro corazón, a buscar el rostro de Dios, a abandonar todo mal camino para que Dios nos oiga, nos perdone y nos dé un poderoso avivamiento, un glorioso derramamiento del Espíritu Santo en nuestra vida, en nuestra Iglesia, en nuestra comunidad, en nuestra nación. Amén.
 
 
 

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